la caja de pandora

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miércoles, 15 de mayo de 2013

Trascender en VOZ

Realizada me voy a sentir el día en que, desde cualquier vereda y por cualquier medio, pueda ejercer mi profesión sin ojo editor de ninguna índole, ni ideológico, ni político y, mucho menos, bajo el peor y más denigrante: el de la plata y el poder.

Por suerte, las palabras de apoyo hacen que todo esfuerzo valga la pena, que todo dejo de vocación todavía latente tome aliento, surque la tinta y trascienda para seguir dejando huellas de voz.

viernes, 1 de febrero de 2013

Haberse visto en la soledad


"así lloraba de vez en vez, 
la tristeza del desengaño"




Casi como una epifanía, llega el momento en que todo se devela
Ese alivio que da un primer beso, el que calma las cosquillas

La certidumbre de que no nos quitarán más el aire
Mirar al cielo, respirar profundo y saber que lo dejaste atrás

El placer de volar sin culpa, de dejar al dueño del cepo
Ya no va a pensar por mí quien nunca reparó en nosotros

Es mirar la cicatriz y reafirmar que el ardor se calmó
Mirar al cielo, respirar profundo y crecer de ahora en más

viernes, 28 de diciembre de 2012

Cada palpitación late más fuerte

No se puede destruir todo un sueño sin soñarlo

Estar ahogándote en la incertidumbre y tener que seguir en la duda. 
Saber que estás equivocado y tener que seguir errando. 
Sentir el alma herida y tener que seguir disimulando. 
Querer estar lejos y tener que seguir apegado. 

Al final, lo importante es estar donde uno quiere...

martes, 20 de noviembre de 2012

Como un extraño salgo a caminar

"por las calles silenciosas del suburbio va mi alma 
solitaria entre el mundo y las veredas viejas"


Charlando con un amigo llegué a la conclusión de que esta ciudad me da impunidad. Un halo de no me importa nada, un viento, un resoplido a favor que me hace un poquito más libre cada día. Me parece que ese "changüí" que me regala la ciudad altera un eslabón de mi adn, un pedacito que quiere estar ahí y que pelea con mi origen, el lugar donde crecí. 


Soy impune a la hora de ser yo. En la masa, curiosamente, soy más diferente, por oposición, me defino. Los que caminan a mi lado no saben lo poco que mi importa si soy políticamente correcta o si hago que alguien pase esa siempre mal justificada vergüenza ajena y que intento solucionar con incómodos y nerviosos miles de perdones.

Simplemente, además de impune, soy inmune a las miradas que no miran ni tampoco observan, sino que no hacen más que ser un par de ojos fijos en la nada, pensando en los trámites del día, las cuentas impagas, en que llegada la noche no van o poder dormir, en que tienen un amor infiel. 

Camino tranquila pese a que a veces me dejo llevar por el ritmo alrededor. Llevo mi yo, desplegado, sin miedo al ridículo. Camino con quien quiero. Hago equilibrio en los cordones. Salto baldosas y piso las que sé que van a salpicar. Memorizo senderos que quiero borrar. Y retomo otros en busca de más impunidad. 

jueves, 11 de octubre de 2012

El viento que todo empuja

"Hoy me detuve en tu mirada que raja el velo del dolor
y supe que hay algo más que percibir"

Es terrible querer ayudar a alguien y no poder. La empatía no alcanza, menos si el otro no la cree posible. No hay palabra que alcance ni aliento que le llene el pecho. Simplemente, muere nuestro intento y fracasamos como apoyo.

A veces lo duro no es el dolor físico del otro, sino su dolor emocional. Lo difícil es estar de buen ánimo y ahí es cuando somos todavía más prescindibles. La lucha, con la cabeza en la almohada, es del otro, solo, contra él mismo. Una vez más, estamos fuera. 

El que sufre, acepta los chistes malos y la denominada buena vibra, pero la verdad, él es quien nos complace, finge, disimula un gesto de agradecimiento para que no intentemos más sacarle ese puñal que le rasga el alma, porque sabe que tiene que cargarlo. También solo. 

En momentos de mierda, queremos ir a la par, pero no somos más que distracciones de una realidad que nos arrebata un amigo, un colega, un familiar, un allegado. Los tiempos no se corresponden, corremos junto a un otro que llora en cámara lenta. Aislado, en su tiempo. 

Tenemos una perspectiva que mira desde nuestro ombligo, presumimos de sentimientos compartidos que no son, inasequibles. El otro nos ve, apartado de lo que asumimos, que lo esperamos al final, lejos, lejos en el tiempo, en expectativas, en proyectos. Los dejamos solos.

Y ahí es cuando no queda más que doblegar nuestro ego, saber que la empatía no es tal, que es el otro el quien nos cuida de su dolor, porque sabe, que es de él y de nadie más. Pero al final, algo sí es compartido: el querer, querer llorar de a dos, querer ser otro, querer...quererlo.