la caja de pandora

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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Una vuelta al chaperío

"Y la luna que se ha posado
sobre los techos de Pompeya" 

Hace mucho tiempo noté, y seguramente no sea la primera, que la noche es más linda que el día. "A esta le gusta la joda", suena una voz particular en mi cabeza. Puede ser, pero no es eso lo que intento decir. La noche es más atractiva porque tiene una paz distinta a eso que arranca cuando sale el sol. 

La noche parece ser poseedora de más tiempo, todo se ralentiza. Cuando tenemos mucho que hacer al sonar el despertador de otro cuadradito que tacharemos del calendario, la comemos, masticamos y gastamos pensando en ello. Cuando se avecina algo que ansiamos y que esperamos con anhelo, es eterna. 

Con la caída del sol ponemos la energía en lo que esperamos durante más de doce horas fuera de casa. Planeamos llegar, sacarnos los zapatos, ser desaliñados, besar al que nos recibe con la comida o acariciar al perro, abrir el libro que nos tuvo en vela y espera sobre la mesa de luz o, simplemente, no hacer nada.

La oscuridad nos deja meditar, evaluarnos en la soledad. No se si lo notaron, pero el devenir diario no nos da tiempo para pensarnos, fluye, sin más. Cuando salen las estrellas, el viento trae las ideas de ingeniosos desvelados, cobija penas de amor y susurra gritos de placer.