la caja de pandora

-curiosidades-extravagancias-historias de vida-notas-novedades-popurrí-

lunes, 6 de agosto de 2012

Cada uno lleva su alma

"Cada sol que guarda el cielo
tiene un desierto para brillar "



Hay un amor que no se puede explicar, es parecido al que uno siente por la familia, pero no es tal, es distinto. No es más fuerte ni más débil, es esencialmente diferente. Es el amor que despierta esa gente que llega a nuestra vida por elección. Como los hijos o abuelos del corazón. 

Es increíble cómo, sin compartir la misma sangre, el cariño por ellos es tan fuerte. Son invitados de la vida. No hay papeles, ni vínculos forzados. Simplemente, aparecen y caminamos a la par. Y se vuelven parte de uno, de los recuerdos, parte de aquello que construimos juntos. 


Algunos, son angelitos, chiquitos, que por la voluntad y deseo, son recibidos en una casa que les es extraña, pero que los espera y ansía hace tiempo y que los recibe con más expectativas que los más buscados. Son aquellos que de un día para el otro convierten a simples parejas en papás.


Otros, son aquellos parientes del corazón, que también adoptamos como propios, porque se inmiscuyen en cada lugarcito que les reservamos y no podemos imaginar la vida sin ellos. El sólo hecho de perderlos nos hace caer en la cuenta de lo imprescindibles que se volvieron. 


Y así, sin más, llenamos los días de hijos y abuelos que aprendemos a querer, no por crianza, ni por tiempo compartido. Abrazamos familias y amigos que queremos porque los invitamos, no a conciencia, ni por obligación, sino que elegimos con el corazón, nada más honesto, nada más real.








miércoles, 1 de agosto de 2012

Un tiempo fuera de casa

"Los dejaste y buscaste otro destino..."

Y así, cuento casi siete en Buenos Aires, no reniego, lejos de eso, reflexiono y pienso en que hace un tiempo sólo quería huir de esta selva de cemento, pero cuando llegó el día, no fue tan simple como armar las valijas y huir a un lugar seguro, como mi casa.

Se sumó gente a mi vida, crecieron los proyectos y de a poco las raíces que me arraigan a este lugar, esas que hacen que de vez en cuando se me escape un "sho", así bien porteño; o que me acostumbre a estar atorada en el tránsito o que quiera ir a un shopping.

Sin embargo, no hay como el hogar, ese lugar impoluto, idealizado y perfecto en cada recuerdo. Lugar en que salís solo de noche y siempre encontrás con quien ocupar la mesa de un bar, la ciudad en la que todo queda cerca y que vas por la calle saludando conocidos. Ese Bariloche en que te llevaban de excursión por "El día de las montañas limpias" y que se llenaba de estudiantes ruidosos, eso extraño.

Hace tiempo el trabajo me quitó la chance de ver la montañas nevadas, de salir a caminar bajo los copos de nieve y levantarme a la mañana sin un ruido, producto de la ciudad tapada de nieve. Lo anhelo, quiero con locura estar ahí, pero...por sorpresa, un poquito quiero estar acá. Haciendo lo mío, mis notas, volviendo a la facu desde otro lugar, conociendo la Capital como para guiar a los perdidos y apropiándome de ese lugar que me resultaba extraño.

Me duele en el alma pensar que ahora es más probable quedarme acá que volver, pero uno le toma el gusto, sea por gusto, valga la redundancia, o sea a la fuerza. Y ahí, sale esa fuerza del hombre de adaptarse y apropiarse de lo que le es extraño, hacerlo suyo, resignificarlo, para que así pese menos sentirse solo, para comprender, preguntar y encontrar la respuesta que termine con la incertidumbre: "hic et nunc ego sum"..."porque aquí y ahora yo soy". Nada en potencia, ser hoy.

Lo que me calma es saber que por más distancia que haya, esos1650 km, que me alejan de mi familia, son ínfimos, porque algo nunca va a cambiar: mi casa nunca me va a resultar extraña, porque un poquito sigo viviendo allá, por medio de mis charlas eternas con mamá, con las cosas ricas que manda mi abuela o los esfuerzos de papá; porque después de todo mi lugar sigue presente, en mis sueños y proyectos, que siempre contemplan la posibilidad de regresar.